Cisne.

Pintarse una sonrisa.

Escritura japonesa.

Fedra.

Prostitutas árabes.

Bailar con la cara tapada.

Arrastrarse como una iguana. Ondular en el suelo. Recogerse el pelo.

Estas son las primeras notas de mi cuaderno de dirección al contemplar a Christine en su primera improvisación, anotaciones que mudaron en otras durante la creación del espectáculo. Miras algo, le concedes tu atención, lo dejas, vuelves a ello y la mirada cambia. Retratar es escuchar. ¿Qué se me escapa viendo la danza? “El pincel, decía Shitao, el gran paisajista chino del siglo XVII, “sirve para salvar las cosas del caos” ¿Y la danza? ¿De qué nos cura? Acudo a las anotaciones de Paul Valery sobre la danza. “Nijinsky, la victoria de la respiración sobre el peso” Va ganando el caos. La danza, huidiza, como si fuera un animal mítico que hay que cazar cada vez. Un animal de corto galope, una estrella fugaz que cruza el cielo… ¿Cómo retratar lo que se mueve? Un animal sin derecho a envejecer, como las bailarinas, pues a la edad que baila Christine este espectáculo hace ya tiempo que la carrera de una bailarina llegó a su fin. La tarea de un director es gestionar los bienes espirituales del autor. Enfrente tengo a Chris, ella siempre está, disponible, autora, generosa, frágil cuando toca. Explorando límites, llevando su cuerpo al encuentro de la danza, años de trabajo, aviones, hoteles, actuaciones, responder a los pedidos del coreógrafo… El retrato de una bailarina, una confesión, un elogio de la danza… Tout finira bien.

jorge picó, dossier tout finira bien